Balanceándose, cual hoja que cae con el viento, suave, como el vaivén de un vals, cayendo lentamente hasta depositarse sobre la tierra que alimenta, así baja la mirada hasta posarse sobre los techos que albergan cuerpos, ánimas que conviven y respiran de la misma atmósfera que entra a través de mis pulmones y da vida.
Grupos que se entrelazan con ramas invisibles, lazos de luz que nos atan de por vida y a través de la muerte física.
Muerte, bendita muerte que llega en el momento justo, cuando se cumple el ciclo, exacta como las manecillas del reloj, horas que hacen la diferencia entre los tiempos recorridos, minutos que se graban en la mente y permanecen en las células a pesar de la transformación de la materia.
Último encuentro en la tierra, en este mundo bizarro que se refleja en un espejo, en el cual se mira solo el exterior, pero que puede mostrar un trozo de espíritu en sus radiantes ojos.
Cuerpos distintos que se juntan en un punto, en un lugar o un espacio, en un tiempo o época, juntos por vidas o segundos, pero que se disfrutan aquí, solo aquí.
Ese roce de la piel, solo se puede sentir cuando la sangre corre a través de las venas y se desplaza ardiente por cada rincón de nuestro ser, ese beso que humedece los labios, solo se percibe cuando el calor se alberga en un sitio de la carne y que nos hace estallar en locura, en la desesperación por apresar el tiempo entre los dedos, pero que se resbala como agua... libre.
Esa es la verdad, aunque hiriente, pero lo es, la libertad está tatuada en el alma, en la energía que nos mueve, no se atrapa ni se detiene, corre, se va, pero nunca muere.
A cada movimiento encontraremos muestras de ello, en la cama que dormimos, en el alimento que comemos, en el aire que respiramos, en el agua que llueve, en las nubes que vuelan, en la hierba que pisamos, en la ropa que vestimos, incluso en el sitio que estamos parados, allí, dondequiera hay restos de seres que un día tuvieron forma humana y que con la fuerza suficiente podrán compartirnos de la sabiduría almacenada en ellos a través del tiempo.
Quizá mañana sea una roca, en la que te posarás algún día en forma de ave, que regresa cada alba a dar gracias a la vida con su canto, o la cigarra que arrulla tu sueño cuando sale la luna, allí estaré, esperando a ser reconocida por ti y lo sabrás porque será tu lugar preferido, tu sitio de confort, un templo al amor, en donde te sientes a observar y a soñar.
Tal vez la transformación corresponda a la misión que cumplimos en la etapa concluida. Una elegante rosa roja, con aroma embriagador, que seduce y excita, pudiera haber sido una mujer cuya tarea fue dar noches de pasión a los viajeros errantes que se detuvieron a sentir el calor de un cuerpo bello. Un árbol de caoba, pudo ser un artista, un escultor que dedicó sus tardes a plasmar la belleza en un trozo duro, que con paciencia y emoción logró transformar en un símbolo que a pesar de los años sigue intacto protegido por una vitrina. Yo seré una roca, que saldrá a flote del agua del río con el roce de los pies de un niño, que elegirá por su color y que con árduo trabajo convertirá en la joya que se atará al cuello de una mujer que encuentra en ella un símbolo de amor, seré cálida y me fundiré con los latidos del corazón, un objeto mágico que pasará por generaciones enteras protegiendo el aura de la tristeza y el sufrimiento.
Seré lo que quiera ser, pero ahora soy esto, un ser humano en forma de mujer, cuyo cuerpo imperfecto llora y ríe, que está vivo y siente, que hoy está presente en cada palabra que se repite en tu mente, con voz sorda, pero existente.
T A - J O
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