jueves, 25 de noviembre de 2010

Violencia... parteaguas en mi historia

Hoy, se celebra el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, lo cual me hace recordar mi historia, pues la violencia en mi vida marco la pauta hacia la transformación.

La protagonista de esta historia, no soy yo, es mi madre, mujer valiente que actualmente sigue luchando por defender sus derechos.

Hace apenas 3 años, que María Luisa decidió darse la oportunidad de experimentar una vida mejor, cruzó esa barrera que construye el miedo, se atrevió a dar un paso de la violencia hacia la libertad.

El violentador… mi padre, con quién mi madre vivió 35 años, quién siempre ejerció algún tipo de violencia, a veces física, otras verbal, la mayoría psicológica y emocional y últimamente patrimonial.

Nicolás, fue un hombre que nació en una familia de bajos recursos, con muchos hermanos y un padre alcohólico, también agresivo. Creció y después de un primer matrimonio en donde procreó 3 hijos, hizo una vida junto a mi madre. Ambos adquirieron un terreno, construyeron una casa y procrearon 3 hijas… Tete de 34, Marisa de 18 y yo de 26.

Desde que tengo uso de razón, los gritos y malos tratos eran comunes, desgraciadamente parecía ser algo normal. Si algo caracterizaba a Nicolás y creo que actualmente también, es su ferviente devoción a la religión católica. Mucho años trabajó para el arzobispado de Puebla, cada domingo escuchar misa era obligación y el altar con todos los símbolos católicos era el centro de la casa.

A Nicolás se le detectó diabetes siendo muy joven, pero más que su enfermedad física, la mental empezó a contaminarnos lentamente. Poco a poco, su actitud era cambiante, o quizá la nuestra, pues conforme íbamos creciendo y abriendo nuestros horizontes, el estilo de vida que nos imponía ya no era agradable.

Llegó el día en que mi madre quiso estudiar y se agravó la situación, Nicolás no pudo concebir la idea de mi madre superándose, decía que ella tenía la obligación de permanecer junto a él siempre, hasta que la muerte los separara.

Cuando apenas comenzaba yo en la universidad, obtuve mi primer empleo, pues la situación se tornaba muy difícil en la casa, mi padre no aportaba más que un mínimo gasto para alimentación y pago de servicios básicos, pero aún así no permitía que mi madre trabajara.

Hace 3 años, en 2007, Nicolás dejó de hablarnos, para esta fecha solo vivíamos en la casa mi madre, mi hermana menor Marisa que tenía apenas 14 años y yo con 23, ni una palabra cruzaba con nostras, su molestia….que siendo mujeres pensáramos o intentáramos crecer.

En el mes de septiembre de 2007, un día como había sucedido en otras ocasiones mi madre decidió no dormir mas con él y eso lo enloqueció. Se levantó mi padre en la madrugada y pateó la puerta de la recámara de mi hermana en donde dormía mi madre e intento sacarla por la fuerza, yo intervine y solo conseguimos que intentara golpearnos. Llamé a mi medio hermano Raúl, en un intento absurdo por obtener ayuda y lo único que dijo fue – tu dile que si al viejo, ya sabes cómo es -. El intento de Nicolás por violentarnos se vio frustrado ante la fuerza que para ese momento teníamos mi hermana y yo, habíamos dejado de ser las niñas que se escondían bajo las sábanas al escuchar los golpes de su padre hacia su madre, esta vez no lo permitimos.

Desde ese día, Nicolás empezó a fumar una cajetilla de cigarros a diario ( para esta fecha él tenía 63 años y una diabetes avanzada), cerraba ventanas y puertas de la casa e intentaba molestarnos con esto; a veces ingería alcohol, se despertaba en la madrugada, encendía la música en volumen alto y murmuraba cerca de nosotros que nos mataría y luego se suicidaría, así como su hermano se había suicidado.

Un sábado, 8 de septiembre, Nicolás fue a una fiesta con sus hijos; mi madre y yo llevamos a mi hermanita a una fiesta de 15 años, primero asistimos a misa y luego que ella se quedó en la fiesta mi madre y yo regresamos casa. Aún recuerdo la sensación que me inundaba, ese temblor, la falta de aliento… el miedo.
Cuando llegamos a la casa, él ya estaba ahí, intentamos abrir y estaba puesto el seguro por dentro, empezó a llover y pasamos alrededor de una hora afuera del zaguán tocando y pidiendo a "Dios" que nada malo pasara. Los vecinos pasaban, se asomaban y nos resistimos a pedir ayuda.

Cuando nos abrió la puerta y entramos a la casa descubrimos que estaba borracho, olía a alcohol y el humo del cigarro impedía respirar. Quizá intentando escapar, me senté frente a la computadora a trabajar y mi madre estaba plantada junto a mí. Nicolás pasaba una y otra vez junto a nosotras, hasta que detonó. De pronto le echó el humo del cigarro en la cara a mi madre, la quemó en el pecho  y me aventó el monitor de la computadora encima, solo recuerdo que mi madre intentaba esquivar los golpes de los puñetazos y los objetos que el lanzaba. Entonces, dejé atrás mi miedo y llamé a la policía, a pesar de que él me gritaba – A mí nadie me hace nada-. 

Fueron minutos angustiantes, pues tuve que hacer 3 llamadas para que atendieran mi petición de auxilio, inclso salí a la calle a esperar la patrulla. Cuando los policías entraron, la casa estaba totalmente revuelta y mi padre yacía sentado en el piso fingiendo demencia. Mi madre lloraba llena de temor y yo estaba en completo shock.
No solo se lo llevaron detenido, mi madre tuvo que ir sola acompañándolos a hacer el examen toxicológico, en el cual obviamente se declaró a Nicolás en estado de  ebriedad. Debido los 35 años de violencia, mi madre no quiso denunciar, pues tuvo miedo y solo lo detuvieron  un par de horas, hasta que uno de sus hijos fue a sacarlo.

A partir de ese día comenzó la historia de la verdadera lucha. Al día siguiente que Nicolás salió de la cárcel, levantó una demanda en contra de mi madre por despojo, la cual procedió en marzo de 2008, cuando un juez de Puebla giró una orden de aprehensión en su contra y no solo fue detenida, sino remitida al CERESO de Puebla. Una serie de abusos se habían cometido ya, tuvimos que soportar desde el 9 de septiembre y hasta el 13 de marzo, día en que mi madre fue procesada, el acoso telefónico diario y a toda hora de Nicolás, quien amenazaba con matarnos. Nunca recibimos una sola notificación de esa denuncia, pero ya habíamos visto a policías judiciales que merodeaban la casa, autos sin placas que nos seguían y gente extraña que llamaba a la puerta. Dicha demanda se integró y la orden fue girada  a los tres días. No pasaron a mi madre a los separos, sino al patio del  CERESO Afortunadamente ese mismo día salió bajo fianza y hace algunos meses fue absuelta, pues nunca sacamos a Nicolás de la casa, fue la policía quien se lo llevo detenido por violencia intrafamiliar.

Pero ese es solo un ejemplo de los abusos, Nicolás nos demandó a mi madre y a mí por violencia intrafamiliar, falsificó una carta poder en donde cede sus derechos para pleitos y cobranzas a mi medio hermano Raúl, quien era o sigue siendo apoderado legal del Banorte en Puebla y es un abogado reconocido, la carta supuestamente se realizó en junio de 2007, obviamente en esta falsificación intervinieron un notario público (político reconocido) y el registro público de la propiedad entre otros. Con ese documento, Raúl fingió una compra venta de la casa en donde vivíamos a un íntimo amigo suyo, Manuel Menchaca Villavicencio, quién unos 10 años atrás accedió a auto embargar la misma casa para librar a mi padre de un pleito mercantil. Este hombre nos demandó a mi madre y a mí por vivir en su ahora casa y nos dio algunos meses para desocuparla. 

Esa casa, era nuestro único patrimonio, meses antes de la separación, Nicolás no aportaba dinero  y sobrevivíamos con las costuras de mi mamá y mi  pequeño sueldo, de manera que al vivir ahí 35 años y haber contribuido con poco o mucho dinero en caso de mi hermana mayor, así como habernos privado de muchas cosas, la considerábamos nuestra.

María Luisa  levanto algunas demandas por pensión alimenticia de mi hermana menor, quien en ese entonces estudiaba la preparatoria, pero todo fue inútil, ninguna procedió y tuvimos malos abogados que fueron intimidados ó sobornados.

Después de muchas cosas, las cuáles tardaría horas y letras en describir, el 13 de marzo de 2010 estando sola en la casa, mientras me bañaba, llegó un camión de mudanza con policías, abogados y cargadores a romper las chapas y desalojarnos.

Ese día intentaron robarnos lo que ellos jamás conocerán… la tranquilidad. Sacaron de la casa absolutamente todo y nuestra vida dio un giro total, se asentó nuestra historia.
Hoy, después de días y noches de intensos y cambiantes sucesos, respiro tranquila en algún lugar, con la confianza de que mi madre está durmiendo en un techo que la protege, junto a mi hermana, sé que se alimentaron, que al menos una vez en el día soltaron una gran sonrisa, que tienen amigos sinceros, sé que son libres.

Hemos aprendido tanto, que las mujeres que solíamos ser hace tres años no son ni la mitad de lo que ahora somos, también se que aún nos faltan caminos por recorrer, ciclos por cerrar, pues están vigentes algunos  procesos legales.

Es decepcionante conocer de cerca el estado de justicia que tenemos en el país, con dinero todo se puede. Sufrimos violencia física, cuyos golpes y heridas sanaron a pesar de las cicatrices; violencia emocional, que gracias a las terapias psicológicas nos permitieron seguir adelante; violencia patrimonial, pues nos despojaron de lo único que teníamos; pero nadie ha podido doblegar nuestro espíritu.

No tengo una religión, ni creo en ese infierno al que mi padre teme tanto. Sé y reconozco a Nicolás Porrás Ramirez como mi padre, un individuo enfermo física y mentalmente, lo cual no justifica la falta de ética de los abogados al frente de las instituciones que imparten justicia, ni la actitud de mis medios hermanos que se han prestado a apoyar las ideas aberrantes de mi padre.

Al paso de este tiempo, hemos recibido muestras de ayuda y afecto que jamás imaginamos, vivimos en carne propia la fuerza pública, esa que hacemos los ciudadanos cuando nos unimos a una causa justa. Recuerdo el día del desalojo, mis vecinos cercanos y lejanos, todos ayudando.

Confío en que la vida es justa y que las experiencias difíciles tenían que suceder para enseñarnos algo, pero es nuestra responsabilidad como seres humanos y como ciudadanos el hacer valer nuestros derechos.

Desde aquí, envío un gran abrazo y un beso a mi madre y hermanas, a quienes amo y quiero hacer pública la enorme admiración que siento por  María Luisa, te amo  mamá y te respeto profundamente, porque el ejemplo que me das cada día con tu empuje y fortaleza son vitales en el rumbo que seguiré.

Gracias a cada una de las personas que ha contribuido de alguna forma a este cambio, pues la luz del día brilla más cuando se vive sin violencia.