Admirando el ocaso, soy una espectadora atenta ante el soplido del viento que enciende las llamas en medio de las cenizas, allá en lo alto, hacia el horizonte. La cortina divisoria, fría y densa me cubre de humo, pero me nubla los ojos y me lleva a un lugar lejano, oculto tras las sombras del alma.
Aquí se respira ligero, sin la carne se experimenta la libertad.
Entro, busco y trato de encontrar algo, no tiene forma ni color, tampoco hay olor, solo la sensación de calidez.
En el intenso recorrer de mis manos en la penumbra, encuentro un reflejo y me detengo, es la unidad perfecta, pero no hay más.
El remolino sigue girando, el agua no se detiene y el aire jamás se apresa, trato de coger aunque sea una parte para mí, pero la intención es vana.
Me rindo, cansada espero quieta una señal, una que haga encender la luz, pero en esa ausencia la ruleta sigue girando, sé que no se detendrá, sin embargo y a pesar de la atracción que me incita a adherirme cual imán, el motor continúa en pausa.
Al ver la vida correr de prisa, creo estar disipada, busco un pretexto… no llegará, no existe, hay que tomar la decisión.
Soledad, ese estado físico tan cruelmente catalogado, tan temido, tan lastimado, es mi cobijo. No la desprecio, al contrario la acepto y la amo, pues las benditas horas de ausencia física me han traído a este lugar, a ver el mundo desde otra posición, nunca totalmente adentro, pero tampoco ajena.
Soy ser y materia, como la nube que se vuelve lluvia, volátil y disoluta, que parece frágil, pero es capaz de disolver la roca más dura, de abrir caminos, de alimentar los campos y calmar la sed de los moribundos.
Soledad, sinónimo de libertad, no como condición, sino como decisión. Está presente y se va cuando es preciso, amorosa, paciente y caprichosa. Me muestra caminos inciertos, resbaladizos, me premia con la dicha del placer, anhela la hora de mi llegada con lápiz y papel sobre la mesa, me tortura con la compañía para hacerme sentir la dicha de su existir.
Es mi amiga, mi amante, mi compañera y rival. Siempre luchando contra ella y junto a ella. Se apodera de mis manos y mi piel, de mis ojos y mis pies.
La única que desnuda mi alma con un solo aliento, que me tira y me levanta.
A su lado nací, vivo y moriré… eso es, es una parte de mí, la sombra que se desprende al llegar el alba, invisible e inmortal, como la esencia misma de la creación
He ganado, la he encontrado, ahora la siento, tiene forma de mujer, acaricio su largo y blondo cabello, huelo su piel, siento su calor y saboreo su lengua, pero no la veo…
Es mi reflejo, aquel que se alberga en la atmósfera, que habita en el abismo del espíritu, que se llama como yo, que se siente como yo.
Tan infinita como el universo, cabe en cualquier lugar, toma cualquier forma, es intensa, excitante, agobiante. Siempre se da, pero nunca entera, se guarda lo mejor para disfrutarlo cuando no hay peligro de ser arrebatado. Se refleja en algunas miradas, se pronuncia en algunos labios, se acaricia con algunas manos, se apresa en algunos brazos, se entrega en algunos cuerpos, pero nunca se pierde, hay un hilo de luz atado a su cintura que la lleva de regreso al hogar.
No necesita, ni exige, no reclama ni obliga, pero sabe incitar, más no lastimar. Da, se entrega, acoge, apremia. Sabe reír y llorar, siempre aguda y hechicera.
Ahora, ha llegado la paz, mi respiración vuelve a ser pausada y profunda, lentamente regreso en medio del bullicio externo, de esos cuerpos que corren sin rumbo, que viven sin destino. Estoy de vuelta en la casa del espíritu, y con un suspiro se cuelan las partículas de luz a través de los poros, ya siento, ya despierto…