lunes, 30 de agosto de 2010

Reconociendo a la soledad


Admirando el ocaso, soy una espectadora atenta ante el soplido del viento que enciende las llamas en medio de las cenizas, allá en lo alto, hacia el horizonte. La cortina divisoria, fría y densa me cubre de humo, pero me nubla los ojos y me lleva a un lugar lejano, oculto tras las sombras del alma.
Aquí se respira ligero, sin la carne se experimenta la libertad.
Entro, busco y trato de encontrar algo, no tiene forma ni color, tampoco hay olor, solo la sensación de calidez.
En el intenso recorrer de mis manos en la penumbra, encuentro un reflejo y me detengo, es la unidad perfecta, pero no hay más.
El remolino sigue girando, el agua no se detiene y el aire jamás se apresa, trato de coger aunque sea una parte para mí, pero la intención es vana.
Me rindo, cansada espero quieta una señal, una que haga encender la luz, pero en esa ausencia la ruleta sigue girando, sé que no se detendrá, sin embargo y a pesar de la atracción que me incita  a adherirme cual imán, el motor continúa en pausa.
Al ver la vida correr de prisa, creo estar disipada,  busco un pretexto… no llegará, no existe, hay que tomar la decisión.
Soledad, ese estado físico tan cruelmente catalogado, tan temido, tan lastimado, es mi cobijo. No la desprecio, al contrario la acepto y la amo, pues las benditas horas de ausencia física me han traído a este lugar, a ver el mundo desde otra posición, nunca totalmente adentro, pero tampoco ajena.
Soy ser y materia, como la nube que se vuelve lluvia, volátil y disoluta, que parece frágil, pero es capaz de disolver la roca más dura, de abrir caminos, de alimentar los campos y calmar la sed de los moribundos.
Soledad, sinónimo de libertad, no como condición, sino como decisión. Está presente y se va cuando es preciso, amorosa, paciente y caprichosa. Me muestra caminos inciertos, resbaladizos, me premia con la dicha del placer, anhela la hora de mi llegada con lápiz y papel sobre la mesa, me tortura con la compañía para hacerme sentir la dicha de su existir.
Es mi amiga, mi amante, mi compañera y rival. Siempre luchando contra ella y junto a ella. Se apodera de mis manos y mi piel, de mis ojos y mis pies.
La única que desnuda mi alma con un solo aliento, que me tira y me levanta.
A  su lado nací, vivo y moriré… eso es, es una parte de mí, la sombra que se desprende al llegar el alba,  invisible e inmortal, como la esencia misma de la creación
He ganado, la he encontrado, ahora la siento, tiene forma de mujer, acaricio su largo y blondo cabello, huelo su piel, siento su calor y saboreo su lengua, pero no la veo…
Es mi reflejo, aquel que se alberga en la atmósfera, que habita en el abismo del espíritu, que se llama como yo, que se siente como yo.
Tan infinita como el universo, cabe en cualquier lugar, toma cualquier forma, es intensa, excitante, agobiante. Siempre se da, pero nunca entera, se guarda lo mejor para disfrutarlo cuando no hay peligro de ser arrebatado. Se refleja en algunas miradas, se pronuncia en algunos labios, se acaricia con algunas manos, se apresa en algunos brazos, se entrega en algunos cuerpos, pero nunca se pierde, hay un hilo de luz  atado a su cintura que la lleva de regreso al hogar.
No necesita, ni exige, no reclama ni obliga, pero sabe incitar, más no lastimar. Da, se entrega, acoge, apremia. Sabe reír y llorar, siempre aguda y hechicera.
Ahora, ha llegado la paz, mi respiración vuelve a ser pausada y profunda, lentamente regreso en medio del bullicio externo, de esos cuerpos que corren sin rumbo, que viven sin destino. Estoy de vuelta en la casa del espíritu, y con un suspiro se cuelan las partículas de luz a través de los poros, ya siento, ya despierto…

sábado, 21 de agosto de 2010

El búho y la niña de las mariposas



El búho y la niña de las mariposas



T

odos pensaban que en aquella torre vivía una mujer vieja, fea, sin alma… una bruja.

Cada noche, por el hueco de la ventana se veían destellos de luz que volaban con dirección al cielo y desparecían en la distancia.

Cuando la luna brillaba en el azul profundo de la inmensidad, una silueta se dibujaba en la pared, la silueta de forma humana parecía tener un largo cabello. La gente imaginaba cualquier cosa y las historias que se inventaban iban de lo simple a lo inimaginable.

Pero un día, el búho que volaba sobre las copas de los árboles, sintiendo el frío viento de la noche, cayó en una trampa. Pasaron días y un hombre que caminaba por allí lo vio y pensó que sería un acto heroico liberar al ave, lo tomó entre la red y lo llevó a su casa.

Cuando llego la noche el búho se puso inquieto, movía con desesperación sus alas y chillaba clamando piedad.

Al cabo de unas horas, el hombre se acercó al fuego de la chimenea, pensando en el momento preciso para sacar al ave de su prisión, meditando,  picó las brasas con fuerza para avivar la llama y entonces hubo un estallido silencioso, un par de chispas saltaron a sus ojos y el hombre cayó al suelo como desmayado.

Tratando de incorporarse y de aclarar su mirada, vio al ave distinta y tuvo miedo. Hubo algo en su interior que era disímil, los objetos los veía cubiertos con un alo de color, su oído se agudizo al punto de escuchar el caminar firme de las hormigas sobre las hojas secas.

El búho lo miraba con atención y le dijo – Quiero que me saques de esta prisión, necesito volar –

El hombre asustado no pudo responder, pero pensó – Estoy soñando – y el búho le respondió aún en su pensamiento.

Aquel hombre parecía una hoja tambaleante sobre el agua, no pudo ponerse en pie y optó por permanecer en el suelo observando al ave, que ahora le parecía más grande y con ojos más iluminados.

- A pesar del tiempo en que han dominado los hombres, no han comprendido el origen de la magia, te voy a contar una historia:

Había una vez un rey que amaba a su única hija. A la princesa le gustaba correr en la hierba al medio día, meter los pies en la parte más baja del arroyo, trepar  los árboles y observar el paisaje desde lo alto.

Un día el rey murió y la princesa se sintió sola y triste, así vivió algún tiempo,  hasta que conoció a un hombre que llegó de una tierra lejana y que traía consigo un sin fin de objetos de aspecto peculiar. La princesa asombrada por aquella presencia extraña, pidió que el hombre le mostrara cada una de las cosas que llevaba consigo, pero a pesar de que aquellos objetos parecían sacados de un sueño, eran los ojos del viajero los que cautivaron su alma.

Un par de pretextos bastaron para convencer al viajero de detener su marcha y vivir por un tiempo en el palacio, pero su alma era libre y necesitaba seguir recorriendo los caminos inciertos, coleccionando objetos para mostrarlos a los pueblos sedentarios. La princesa no encontró una excusa más para suspender el andar de aquel hombre errante, una noche de luna llena, él salió por el balcón y al cabo de unos minutos desapareció. La princesa pasó días y noches enteros mirando hacia el balcón, esperando siempre ver su figura aparecer al borde del friso, pero la espera fue vana.

Un día, bajo la luz de la luna menguante, la princesa quedó profundamente dormida y en sueños vio al viajero volar en el lomo de una mariposa con alas de luz, despertó súbitamente queriendo apresar la imagen en su mente, pero no había nada… todo era irreal.

Desde aquella noche, la gente dice que la princesa enloqueció, porque apenas aparece la primera estrella de la tarde, ella sale a su balcón y destellos fulgurantes vuelan de entre sus manos con dirección al cielo y se pierden en la inmensidad del firmamento.

Cada amanecer, dibuja mariposas, de tamaños y colores diversos, las recorta delicadamente con las manos y las guarda en recipientes de cristal. Al medio día las coloca bajo el sol y por la noche, cuando la luna está en su plenitud, las toma entre sus manos y con un beso les da vida… las mariposas vuelan libres con rumbo infinito.

La princesa descubrió su magia y cada noche envía viajeros errantes montados en las mariposas, van con rumbos distintos, pero siempre se posan en alguna ventana, por la cual entrará el encanto de la luz y el amor a dar paz a las almas intranquilas.-

Cuando el búho terminó de relatar aquella historia, el hombre con dificultad se levantó y liberó al ave, la cual con torpeza llegó a la ventana y voló hacia la montaña.

Ese hombre quedó días enteros sentado en la puerta mirando la torre de la montaña, donde cada noche las luces volaban desde la ventana y recordó con tristeza su juventud y la visita que un día hizo al palacio, en donde mostró sus objetos coleccionados a una niña que lo miraba con ternura y sorpresa, recordó que tuvo que partir porque sentía la necesidad de recorrer nuevos caminos y que no pudo ir muy lejos, pues la mirada de esa niña le hizo falta para respirar, así que  construyó una cabaña en medio de la montaña, en donde la vida le fue placentera al borde de olvidar su pasado.

Recordó lo embriagante que eran esas luces, las historias que imaginaba antes de dormir, los seres fantásticos que cada noche aparecían en sus sueños y la dificultad para respirar a la que se acostumbró.

Sus fuerzas ya no eran suficientes para subir la montaña y llegar a la torre, así que esperó pacientemente, dibujó una gran mariposa y la pintó de añil, la colocó con cuidado entre las hojas y extendió sus alas apuntando al horizonte, llegada la noche, cuando la luna llegó a su punto más alto, montó en el lomo de su creación y permaneció quieto con el desenfrenado palpitar de su corazón, hasta que empezó a sentir el crujir del papel bajo su cuerpo y la mariposa cobró vida.

Remontaron en el cielo, con aleteos constantes y llegaron al friso de la ventana de la torre.

Nadie sabe que sucedió, aquellos que tuvieron la fortuna de mirar hacia el punto correcto en el horizonte, vieron una mariposa de enormes y brillantes alas que se alejó con dirección a la estrella más grande del firmamento y allí desapareció.

Maya




lunes, 9 de agosto de 2010

Expulsandote de mi.



Hoy mi cuerpo detonó en enfermedad, la causa no es física, pero el remedio deberá entrar por los poros de la piel y traspasar lentamente cada célula aliviando el dolor y erradicando la causa del malestar.
Hace días que el frío es intenso, al menos así lo siento en los huesos, como un enorme bloque de hielo sobre la espalda.  Como las oscuras e interminables noches que busco tu presencia sin encontrar un solo aliento.
A pesar del frío interior, la temperatura indica que sube en forma desmedida, la piel arde. Como arde cada noche el deseo de sentir tu piel y tus manos que acarician.
Cada músculo se contrae al menor movimiento, duele a cada paso, se niega a andar.  Así como duele cada intento por encontrarte.
De mis ojos brotan lágrimas que no puedo contener, brotan y escurren por mis mejillas enrojecidas.  Las lágrimas brotan, como brota el amor en mi alma y busca salida.
Mis fosas nasales están cerradas, me impiden llevar oxígeno  a mis  pulmones, no puedo respirar. De igual manera que tu ausencia me roba el aire, me asfixia.
Pero no dejaré que la enfermedad acabe conmigo, le haré frente, me levantaré y seguiré sobre el camino donde un día te encontré.
Me daré un baño caliente, dejaré que el agua se deslice lenta y fuertemente sobre la espalda, permaneceré allí, en completa quietud. Pondré pétalos y hojas aromáticas dentro del agua caliente, para que su aroma abra las fosas nasales y se perfume la piel.  Cada poro se limpiará, las impurezas se marcharan.
Con gotas de miel, aliviaré las llagas que queman mi garganta, que me han hecho  guardar silencio y que dulcemente devolverán las voz y la tersura a los labios.
Cubriré mi cuerpo con un tibio edredón, descansare en mi cama y esta noche la luna curará las heridas de mi alma, para sanarme de ti, de la enfermedad que hoy ataca mi cuerpo intentando llegar a mi alma.
Mañana, la enfermedad estará extinta, como la oscuridad de la noche que se habrá convertido en día.

domingo, 8 de agosto de 2010

Conociendo la pobreza...

Un día conocí la pobreza del hombre, fue triste, pues la encontré en un sitio que hasta ese momento representaba diversión, pero que hoy entiendo llegó en el momento perfecto.


Subí esos escalones altos y fríos que rechinaban al pisar, una fila interminable de vagones, separados por pequeñas láminas de hierro que podían arder o congelarse a voluntad del tiempo.

Ubiqué mi lugar, un asiento cálido junto al cristal que permitía observar el exterior. Un ambiente con la exquisita mezcla de olores que sólo el cuerpo humano puede despedir, gritos de niños, crujir del equipaje y el soplido del viento que se cuela por los pequeños orificios de los engranes.

Partimos de un lugar urbanizado, donde la vida diaria se compone de lo material, edificios, automóviles, ropa y zapatos; pero así como el día se vuelve noche, el paisaje cambió.

Se quedaron atrás las construcciones de grueso concreto y llegaron los campos adornados con montañas rojas de formas caprichosas, en cuyo interior viven las leyendas de indios que aún conservan el oro que los ambiciosos buscan encontrando solo la muerte; los pastizales secos con esqueletos completos e intactos de reces que murieron en el intento por llegar al arroyo extinto que saciaría su sed; los barrancos llenos de piedras gigantes y lisas acariciadas por el viento; la montaña cubierta de pinos que con su verdor oculta a las coloridas aves que trinan al paso del tren.

Ese túnel, inmenso y oscuro, guardaba en su interior la sabiduría del mundo al que estabamos a punto de entrar.

Llegó por fin el final del viaje que comenzó al alba, terminó frío y húmedo como la tarde. Como escenario un sinfín de peñas se confundían con el gris del cielo, con figuras talladas a capricho del viento.

Había que recorrer un camino incierto a bordo de una camioneta que avanzaba con dificultad por los caminos de terracería, entre curvas y voladeros se divisaba una pequeña comunidad enclavada en la montaña, allá abajo un río refrescaba la tierra y daba de beber a los árboles, en sus aguas se veían enormes peces que saltaban entre las piedras del camino.

Por fin, el techo que nos albergó esa noche, construido de madera, rodeado con una cerca blanca de madera... un hogar. Aquí llegó la primera sorpresa, no había luz artificial, nos alumbramos con velas dentro de románticas pantallas de cristal y nos calentamos junto al fuego de la chimenea que mantuvo la habitación de techo alto en completa calidez.

Allí conocí la primera noche oscura, con sus brillantes luceros adornando la inmensidad del cielo.

Al amanecer, un grupo de colibríes de colores radiantes revoloteaban alrededor de las flores del jardín; las gallinas blancas rascaban la tierra en busca de alimento.

Estaba a punto de conocer otro mundo dentro de mi mundo, un lugar alejado pero arraigado en los sueños de cualquier humano. A medio día, el camino comenzó otra vez, dos horas a bordo del auto para subir la montaña. Un camino marcado por los troncos fuertes de pinos que se alzaban en la tierra fertil, entre ellos había desde hongos hasta ardillas que huían asustadas, estabamos interrumpiendo la paz de la montaña.

Después de horas de expectativa arribamos a la cima, impresionante, excitante. Allí estaba yo,  en la punta de la parte más alta de la sierra de Chihuahua, y a lo lejos, dispersos en el fondo de la barranca  se asomaban los techos humeantes de un grupo al que llamamos Tarahumaras.

Hubo un relato, las palabras contadas de un nativo, de un niño atrapado en el cuerpo de un adulto, que mientras hablaba miraba su tierra, dijo que: abajo, en el pueblo llamado Urique, se cosecha papaya, cocos y mangos, que se vive feliz, que se alumbran con la luz del día y con el brillo de la luna, que desde este lugar se puede escuchar la música de las fiestas y se ven las luciérnagas recorrer su camino (a dos horas de camino).

Son Rarámuris, los de los pies ligeros, quienes tiene permitida la caza del venado, pues es una tradición ancestral que aún se lleva a cabo durante el invierno, entre las montañas nevadas. Cuando la nieve llega a su punto más alto, los hombres se reúnen, ataviados como de costumbre con taparrabos y cacles de cuero, después de un estricto ritual se persigue al venado macho, corren detrás de él y cuando el animal se cansa entonces ellos lo atrapan y lo sacrifican para concluir la ceremonia.

Además de la magia de sus rituales, el atavío es particular, las mujeres de piel morena, cubren sus gruesos cabellos negros con una pañoleta, sus voluptuosos cuerpos,  escondidos tras las enaguas de flores, son adornados  con collares de semillas.

Entendí que ese pueblo,  tuvo que huir montaña adentro a la llegada de los intrusos, es un pueblo rico, pues tienen grandes extensiones de montaña en donde crían cabras, siembran su alimento, construyen sus casas y se forjan hombres y mujeres que conservarán un estilo único de vida.

La naturaleza sabia y agradecida les ha provisto de agua caliente que brota de las piedras y de alimento que se obtiene de la tierra. No necesitan más que de sus pies ligeros para cruzar la montaña, de sus manos para trabajar, de su mirada para conquistar y de su brillo para mantenerse en la mente de los extraños que nos sorprendemos al descubrir la pobreza del hombre.

Descubrí que la pobreza existe, que se alberga en nuestro interior, que ingenuamente creemos que ellos necesitan de lo material para sobrevivir sin percatarnos que la riqueza está en cada rincón de ese lugar; que las grandes extensiones de bosque no se comparan con el lujo de una habitación; que no hay nada más cómodo y saludable que caminar con cacles entre la montaña; que nuestro frío no se siente dentro de esas paredes de madera cuya calidez se mantiene gracias a la chimenea que se enciende cada noche y que es el punto de reunión de la familia entera que canta y comparte el alimento diario.

Allí conocí mi pobreza y como regalo de la  lección recibida,  la vida me dió la oportunidad de compartirla, en un intento por colaborar a la conservación de un pueblo mágico que nos enseña  otra forma de vivir.

La pobreza se alberga en el alma, allí solo encuentra frío y tristeza.

Existir después...

Mirando el cielo, oscuro, plagado de estrellas fulgurantes que se mantienen flotando en medio del vacío, encuentro mi alma, allí, en algún punto de la inmensidad.


Balanceándose, cual hoja que cae con el viento, suave, como el vaivén de un vals, cayendo lentamente hasta depositarse sobre la tierra que alimenta, así baja la mirada hasta posarse sobre los techos que albergan cuerpos, ánimas que conviven y respiran de la misma atmósfera que entra a través de mis pulmones y da vida.

Grupos que se entrelazan con ramas invisibles, lazos de luz que nos atan de por vida y a través de la muerte física.

Muerte, bendita muerte que llega en el momento justo, cuando se cumple el ciclo, exacta como las manecillas del reloj, horas que hacen la diferencia entre los tiempos recorridos, minutos que se graban en la mente y permanecen en las células a pesar de la transformación de la materia.

Último encuentro en la tierra, en este mundo bizarro que se refleja en un espejo, en el cual se mira solo el exterior, pero que puede mostrar un trozo de espíritu en sus radiantes ojos.

Cuerpos distintos que se juntan en un punto, en un lugar o un espacio, en un tiempo o época, juntos por vidas o segundos, pero que se disfrutan aquí, solo aquí.

Ese roce de la piel, solo se puede sentir cuando la sangre corre a través de las venas y se desplaza ardiente por cada rincón de nuestro ser, ese beso que humedece los labios, solo se percibe cuando el calor se alberga en un sitio de la carne y que nos hace estallar en locura, en la desesperación por apresar el tiempo entre los dedos, pero que se resbala como agua... libre.

Esa es la verdad, aunque hiriente, pero lo es, la libertad está tatuada en el alma, en la energía que nos mueve, no se atrapa ni se detiene, corre, se va, pero nunca muere.

A cada movimiento encontraremos muestras de ello, en la cama que dormimos, en el alimento que comemos, en el aire que respiramos, en el agua que llueve, en las nubes que vuelan, en la hierba que pisamos, en la ropa que vestimos, incluso en el sitio que estamos parados, allí, dondequiera hay restos de seres que un día tuvieron forma humana y que con la fuerza suficiente podrán compartirnos de la sabiduría almacenada en ellos a través del tiempo.

Quizá mañana sea una roca, en la que te posarás algún día en forma de ave, que regresa cada alba a dar gracias a la vida con su canto, o la cigarra que arrulla tu sueño cuando sale la luna, allí estaré, esperando a ser reconocida por ti y lo sabrás porque será tu lugar preferido, tu sitio de confort, un templo al amor, en donde te sientes a observar y a soñar.

Tal vez la transformación corresponda a la misión que cumplimos en la etapa concluida. Una elegante rosa roja, con aroma embriagador, que seduce y excita, pudiera haber sido una mujer cuya tarea fue dar noches de pasión a los viajeros errantes que se detuvieron a sentir el calor de un cuerpo bello. Un árbol de caoba, pudo ser un artista, un escultor que dedicó sus tardes a plasmar la belleza en un trozo duro, que con paciencia y emoción logró transformar en un símbolo que a pesar de los años sigue intacto protegido por una vitrina. Yo seré una roca, que saldrá a flote del agua del río con el roce de los pies de un niño, que elegirá por su color y que con árduo trabajo convertirá en la joya que se atará al cuello de una mujer que encuentra en ella un símbolo de amor, seré cálida  y me fundiré con los latidos del corazón, un objeto mágico que pasará por generaciones enteras protegiendo el aura de la tristeza y el sufrimiento.

Seré lo que quiera ser, pero ahora soy esto, un ser humano en forma de mujer, cuyo cuerpo imperfecto llora y ríe, que está vivo y siente, que hoy está presente en cada palabra que se repite en tu mente, con voz sorda, pero existente.

T A - J O