viernes, 30 de julio de 2010

El barco de la eternidad


F
 ui un árbol, uno más de los miles que hay en la cima de la montaña, mis raíces se asían de la tierra profunda, sacié mi sed del agua que el cielo enviaba, me alimenté de los restos materiales de seres que existieron algún día en formas diversas, cuya energía hoy es parte de mi; Mis copas se alzaron erguidas y flexibles moviéndose con el viento, acariciando las nubes; Mis ramas fueron cobijo de aves que se posaron entre ellas buscando un momento de calma y calor; Mi sombra fue alivio ante el cansancio de los viajeros.

No recuerdo como me forme, pero creo que cada cicatriz en mi tronco es el resultado de la recuperación ante las heridas que no me derrumbaron.

Eran días de calma, el paisaje era maravilloso, las estrellas brillaban en la oscuridad y el cielo era infinito, la luz del sol iluminaba cada rincón de mi interior  creando un mosaico de tonos resplandecientes entre mis hojas.

Un día, el viento se hizo bravo y la humedad removió la tierra. Tuve miedo, fueron momentos de angustia, pues mis raíces lentamente se soltaban y mi peso era mucho, no resistí  y caí.

Pasaron varios amaneceres y mi tronco yació tendido sobre la tierra fría y mojada, el árbol que un día fui, se convirtió en  un montón de hojas marchitas sobre el tronco herido.

Casi perdí la conciencia, cuando un hombre llegó a mi lado. El pasó horas observándome y de pronto se marchó, pensé que era el final.

Pero al siguiente amanecer regresó, traía cargando a cuestas una caja enorme, cansado el hombre por subir la montaña a pie, se sentó en mi regazo, bebió agua, comenzó a sacar objetos de su caja y espero el atardecer.

Cuando puso su mano sobre mi tronco, dijo algo, como un susurro,  luego miró al cielo y señalo una estrella en el firmamento, entonces empezó a trabajar.

A pesar del ruido que hacía, yo  no sentía dolor, sólo veía las hojas caer y cómo mi tronco se fragmentaba, no recuerdo que pasó.

Cuando recobré la razón, habían pasado días, lo sé por la posición de la luna. El hombre, agotado estaba frente a mí, entonces me dijo: - Bienvenido otra vez –

No entendí que pasaba, entonces sentí como me balanceaba sobre algo y al descubrir lo sucedido me elevé.

Fui convertido en un barco, que además de navegar sobre las aguas podía remontarse en el aire con ayuda del viento.

Estaba solo, creo que el ser que me dio este regalo, quiso tener forma humana, pero su magia era perceptible; Al principio fue difícil, pues no tenía un ancla para poder detenerme y permanecer estático.

Hoy, después de albas recorridas, entendí que fui hecho para ser libre. Soy un barco que navega y vuela, de día recorre la inmensidad del océano y de noche surca los cielos rozando el brillo de las estrellas, que no tiene ancla, pero puede llevar pasajeros, que sigue siendo cobijo y hogar y que tiene magia en su interior. Al frente, hay una leyenda que dice “eternidad”.

Suelo recorrer el mundo terrenal, algunas veces, soy invisible a los ojos humanos, pero cuando el alma se desprende del peso de la materia entonces hay una conexión, el anuncio de mi llegada lo da el viento a través de un sonido que te recuerda esta historia.

¿Puedes escucharlo? 


Un cuento dedicado al amor... TA-JO